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EL ARTE DE ENCONTRAR TESOROS Lo primero que debe saber un pirata es cómo encontrar los tesoros que sus competidores han enterrado y lo primero que debe hacer un aventurero es conocer dónde pone los pies. Así que comencé por recorrerme la isla de arriba a abajo. En mis correrías, encontré un profundo bosque en donde estaba seguro me esperaba la fortuna en forma de cofre repleto de oro y piedras preciosas. Como no tenía dinero sabía que no llegaría muy lejos, por lo que decidí buscar un poco de calderilla antes de proseguir. Logré un puesto de trabajo en un circo de la isla, pero antes de actuar tuve que ingeniármelas para obtener un casco, o algo que se le parecía, un objeto imprescindible para hacer mi número. Ya con mis bolsillos repletos, compré un plano, que me ofrecieron en la ciudad, y una pala, que encontré en una tienda, para luego dirigirme al bosque. Me di cuenta que el mapa del tesoro no servía para mucho, pero mi intuición me llevó hasta un lugar donde vi una gran cruz en el suelo. Había tenido éxito en la primera prueba. A lo vuelta, cogí un puñado de flores amarillas por si me hacían falta para conquistar a alguna hermosa tabernera.
EL ARTE DE ROBAR La segunda prueba me resultó bastante más complicada. Antes de continuar, lo primero que hice fue volver al bar y aprovechar de nuevo un descuido del cocinero para coger un pedazo de carne y algo de pescado. Quizá más tarde tuviera hambre. La única persona que tenía algo valioso en la isla era el gobernador de Meleè. Así que me dirigí a su mansión. En la puerta había una jauría de peligrosos caniches asesinos, pero conseguí evitarles con las chuletas y las flores. En el interior de la casa encontré un curioso ídolo, pero no conseguí arrancarlo de la base que la sujetaba. Decidí volver más tarde con una lima, pero eso sí, no me marché con las manos vacías. Fui a la cárcel a ver si alguno de los reos me daba alguna pista. El único que había tras las rejas me pidió dos objetos para hacerme entrega de la lima, oculta, como comprobé, en el interior de un apetitoso pastel. De vuelta a la mansión, no me costó ningún trabajo robar el ídolo. Si excluímos que el sheriff de la isla, un tal Fester Shinetop, me pilló "in fraganti" y me arrojó al agua con una corbata un tanto especial. De cualquier modo, el innoble Fester, no logró persuadirme de mi deseo de ser pirata y me libré con facilidad de su castigo. Por cierto que el gobernador no era tal, sino gobernadora y además muy, pero que muy, guapa.
EL RAPTO DE LA GOBERNADORA Cuando regresé al pueblo todo parecía desierto. En el bar, me enteré de la noticia: el malvado pirata fantasma LeChuck había raptado a mi chica. Me costó mucho trabajo encontrar una tripulación que me ayudara a rescatarla. Especialmente porque tuve que usar grog para sacar a uno de mis marineros de la prisión. Luego, el mandar al tendero de nuevo a ver al maestro de la espada me procuró las ganancias necesarias como para poder comprar un barco. Los cuatro valientes nos hicimos a la mar dispuestos a encontrar la fabulasa Monkey Island. En alta mar, mi tripulación se amotinó. Perdido en el medio del océano, sin cartas marinas, sin ayuda, estuve a punto de claudicar. Pero decidí registrar el barco a ver si encontraba algo con lo que convencer a los marineros para que continuasen a mi lado. Conseguí un montón de extraños objetos: un tintero, una pluma, una caja de cereales, una llave que iba como premio dentro de la susodicha caja, una botella de vino, una cuerda, una cacerola y varios libros antiguos. Al abrir uno de ellos apareció ante mi un olvidado diario. Resultó que el barco que había comprado ya había visitado Monkey Island. En el texto descubrí que la forma de encontrar la isla era realizar en una cacerola un antiguo ritual vudú.
LA LLEGADA A MONKEY ISLAND Por desgracia, me faltaban ingredientes para el ritual, pero los sustituí con imaginación. Mis habilidades circenses también sirvieron para ayudarme a llegar a tierra. En la playa, encontré una barca que no me serviría de nada si no descubría dónde guardaba los remos su propietario. Comenzaba la última parte de mi aventura y, si yo creía que ya había pasado bastante, estaba muy lejos de imaginar lo que me esperaba. Monkey Island estaba habitada por tres tipos de personajes muy distintos entre sí: Hermann Toothrot, una tribu de caníbales y, cómo no, LeChuck y su tripulación fantasma. Hermann estaba un poco loco, pero en su cubil guardaba un antiguo cañón del que obtuve un puñado de pólvora y una bala. Con ella y una piedra logré la chispa necesaria para hacer volar por los aires una presa. El resultado de la explosión fue que conseguí una cuerda con la que bajar al lugar donde estaban los remos. ¡Cómo!, ¿había olvidado hablaros de la grieta? Lo cierto es que lo primero que hice al llegar a la isla fue recorrerla de cabo a rabo. Una escultura primitiva me ayudó a conseguir alimento para un simpático mono que pululaba por allí. Dándole de comer logré que me abriera camino para alcanzar una gigantesca estatua de mono y recuperar un pequeño ídolo en el que los caníbales parecían interesados. A cambio de la estatuilla obtuve un recogeplátanos, por el que Hermann suspiraba cada vez que tenía la desgracia de encontrármelo, y un curioso guía para los abismos donde vivía LeChuck. Conseguir que los nativos me obsequiaran con la "cachocabezus navigantibus" fue una dura tarea, y al final sólo claudicaron cuando les ofrecí a cambio unos folletos que aparentemente carecían de importancia. El diálogo con ellos también me proporcionó información sobre el lugar donde el pirata fantasma guardaba la única sustancia capaz de destruirle.
LOS ABISMOS DE MONKEY ISLAND Fue sencillo guiarme por el laberinto con la "cachocabezus". Pero no lo fue conseguir que ésta me diera su collar mágico para ser invisible a los fantasmas. Lo logré con amenazas. En el barco de LeChuck encontré enseguida la raíz. Llevármela fue más difícil. Implicó hacer cosquillas a un durmiente para conseguir bebida, envenenar a una rata, engrasar una puerta, usar un artilugio magnético en las mismas barbas del malvado pirata y escuchar durante un rato a la tripulación cantar sus terroríficas baladas de muerte y destrucción. Desde luego, no fue música angelical lo que estuve oyendo en mi viaje al averno. Los caníbales se mostraron impresionados con mi valor y enseguida convirtieron la raíz en un potingue que transformaría a LeChuck en un auténtico e inofensivo espectro. Corrí hacia el laberinto, pero... sólo encontré a un miembro de la tripulación. Me informó amablemente de que su capitán había vuelto a Meleè para casarse con mi Elaine.
EL FINAL Gracias a Hermann conseguí regresar rápidamente al punto de partida y llegué a punto de impedir la boda. Me costó todavía una buena pelea a puñetazo limpio conseguir que LeChuck recibiera su merecido. Pero al final lo logré. Elaine y yo teníamos todo un futuro por delante, nos casaríamos y tendríamos muchos piratitas y gobernadoras. Pero el destino, como casi siempre, fue cruel y... bueno esto es otra historia. Algún otro día os la contaré.