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DÍA 3: LOS PRIMEROS INDICIOS
Al llegar a la oficina, una nota me comunicó el nombre de un
supuesto testigo:
Carla Reed. Pat y yo nos dirigimos a su casa, si es que puede llamarse
así a
un montón de periódicos amontonados en la puerta de un
destartalado garaje.
La pobre mujer se asustó bastante cuando me acerqué, pero
después de
enseñarle la placa se tranquilizó un poco. Lo malo era
que no quería abandonar
su carrito, así que tuve que inmovilizarlo en una cañería.
Ya en la comisaría, le
di algo de comer antes de utilizar el constructor de caras del ordenador.
Al
cabo de unos minutos de colocar barbas y cambiar ojos, conseguimos
descubrir al primer sospechoso: Steve Rocklin. El tipo resultó
ser un ex-convicto
que pertenecía a la secta Hijos de la Oscuridad, dedicada al
tráfico de drogas.
Llevamos a Carla de vuelta a "casa" y nos largamos de allí, no
sin antes
recuperar mis pertenencias. Repentinamente, Morales miró el reloj
y me
pidió que la condujera lo más rápido posible a
Oak Mall para hacer una
llamada urgente. Por si fuera poco, me di cuenta de que nunca se desprendía
de su bolso... DÍA
4: OTRO ASESINATO
Mi primer pensamiento de la jornada fue para Marie. El día anterior
había
estado demasiado ocupado para visitarla, pero hoy no podía dejar
de ir al
hospital. Lo primero que me encontré en la mesa fue una citación
para
declarar como testigo en el juicio de Juan Ruiz. Antes de salir para
el
juzgado, cogí la carta de velocidades del coche patrulla para
demostrar
al juez que el señor Ruiz no iba a la velocidad correcta. Después
del proceso
judicial, Pat tuvo otro de sus ataques repentinos de prisa y me pidió
ir de
nuevo al Mall para telefonear.
Esta vez parecía tan apurada que incluso se dejó el bolso
en el asiento. De él
colgaba una pequeña llave que utilizaba para abrir los cajones
de su mesa de
la oficina. Confiando en mi instinto policial, realicé una copia
en una tienda de
allí al lado, devolviéndola a su sitio justo antes de
que Pat entrase en el coche.
En ese momento, escuchamos por la radio que se había producido
un nuevo
homicidio en el 300 Oeste de la calle Rose. Nos dirigimos allí
a toda
velocidad y, después de recoger los utensilios del maletero,
me dispuse a
inspeccionar el cadáver. La escena no podía ser más
deprimente. El pobre
desgraciado había sido acuchillado repetidas veces y depositado
en un
contenedor de basuras. Al levantarle la camiseta para inspeccionar las
heridas,
descubrí un horrible pentagrama grabado a punta de cuchillo en
su pecho. La
Secta había vuelto a actuar. Registré detenidamente el
cadáver y hallé el carnet
de conducir junto a varios restos de cabellos entre las uñas,
que recuperé
cuidadosamente con uno de los utensilios. El nombre de la víctima
era Andrew
Dent. Pasados unos minutos, se dejó caer por allí el viejo
Leon, el forense. Le
devolví el carnet de conducir y me decidí a investigar
la zona.
Aquel callejón abandonado parecía el escenario perfecto
para todo tipo de
barbaridades. Me llamó la atención un viejo coche con
una marca de pintura
de color oro que había sido grabada recientemente. Tomé
una pequeña
muestra y volvimos a la comisaría. Entregué las pruebas
en Evidencias y abrí
el expediente de Andrew en el ordenador. También recogí
una nota del
hospital que me aconsejaba pasarme por allí. Aprovechando que
Pat y Steve
se habían marchado, abrí el cajón de la mesa de
Morales, pero sólo hallé un
papel con un número escrito en él: 386.
Me dirigí al hospital y estuve un rato hablando con Marie, aunque
no sabía si
podía oírme. Cuando ya me iba a marchar, se me ocurrió
mirar el informe
médico que había colgado en la cama. Sorprendentemente,
la dosis de suero
que estaba recibiendo no coincidía con la marcada en el papel.
Llamé
rápidamente a la enfermera, que se lo comunicó al doctor.
Su cara enrojeció
cuando se dio cuenta de que habían cometido un lamentable error.
Por
suerte, había sido descubierto a tiempo y no iba a influir en
la recuperación. DÍA
5: SE CIERRA EL CÍRCULO
El tablón de anuncios del despacho comunicaba que al día
siguiente todos los
agentes femeninos tenían que presentarse al examen médico
trimestral. Una
buena oportunidad de ocuparme de Morales... Miré detenidamente
el
expediente de Andrew para ver si el laboratorio había examinado
las pruebas
y, efectivamente, así fue. La pintura color oro pertenecía
a un vehículo Sedan
GM del año 1976. Llamé a la Central para que todos los
coches patrulla
estuviesen atentos, y me fui a pedir consejo al psicólogo.
En realidad, el doctor Aimes estaba más chiflado que la mayoría
de sus
pacientes, pero sus amplios conocimientos criminales podrían
servirme
para algo. Casualmente no estaba en su oficina. Encima de la mesa hallé
un informe de la oficial Morales, que no hacía sino corroborar
mis sospechas
de que estaba metida en algún asunto turbio. Cuando ya no sabía
que hacer,
Steve me aconsejó que intentase buscar un patrón para
todos los asesinatos.
Utilizando el ordenador, miré los expedientes utilizados hasta
ahora y apunté
la localización EXACTA de los asesinatos y sus fechas. Después,
fui
marcando en el mapa esos puntos, siguiendo un orden cronológico:
primero
el de Samuel Britt en el 392 Sur de la Sexta Avenida; después
el de la calle
Palm...
Mientras trazaba las rectas una terrible silueta se iba formando en
la pantalla
del ordenador... ¡Los asesinatos eran las puntas de un pentagrama!
Una de
ellas convergía en un punto que todavía no estaba marcado:
el 200 Este de
la calle Palm. Sin perder un segundo, recogí el transmisor para
seguir
vehículos en la sala de ordenadores y nos fuimos a la calle Palm.
Cuando
le comuniqué a Pat lo que había descubierto me dijo que
en aquel lugar sólo
había un bar llamado "Old Nugget". Al llegar allí, un
Sedan de color amarillo
estaba aparcado en la puerta. Le coloqué el transmisor y entré
en el bar,
mientras Pat cubría la puerta de atrás. Pregunté
a los clientes si conocían
al dueño del coche, pero no estaban dispuestos a colaborar.
En ese momento, regresó del servicio un pintoresco personaje
con un gran
parecido a Steve Rocklin. Me acerqué a él cuidadosamente,
pero debió
darse cuenta de lo que pasaba porque sacó una pistola e intentó
dispararme.
Por supuesto, no me pilló desprevenido. Lo disparé en
el brazo y salió
huyendo. Antes de que pudiera alcanzarlo, escapó por la puerta
de atrás,
donde se suponía que estaba Pat, y se largó en el coche.
Gracias al
transmisor, pudimos seguir su rastro. Lo encontramos tirado en la cuneta
de
la autopista. Por lo visto debe ser bastante difícil conducir
con el brazo
herido... Coloqué unas cuantas bengalas para evitar accidentes
y examiné el
cadáver. En el maletero, había cinco paquetes de cocaína
que Pat se
encargó de custodiar. Regresamos a la Central y otra nota me
recordó que
debía pasarme por el hospital. Marie seguía en coma, así
que regresé de
nuevo al vacío hogar.
DÍA 6: UN FINAL FELIZ
Cuando revisé de nuevo el expediente de Andrew había algo
que no encajaba:
Sólo se registraban cuatro paquetes de cocaína, mientras
en el coche habían
aparecido cinco. Como Pat estaba ocupada con las pruebas físicas,
me fui a
registrar su taquilla. El hombre de la limpieza no me dejó entrar
en los
vestuarios femeninos, así que lo entretuve con el papel higiénico.
Utilicé la
combinación y, tal como esperaba, allí estaba la cocaína.
Pat había estado
robando droga proveniente de las detenciones de diversos traficantes.
Se lo
conté todo al Capitán y me prometió ponerlo en
manos de Asuntos Internos.
También me dijo que el forense Leon quería hablar conmigo.
En su casa no había nadie, a pesar de que la puerta estaba abierta.
En una de
las mesas encontré un sobre con todas las pertenencias de Steve
Rocklin: un
libro y un anillo de la Secta junto con el colgante que regalé
a Marie poco
después de conocernos. Eso demostraba que Steve Rocklin era el
homicida.
Como Leon no hacía acto de presencia, me distraje examinando
los muertos
del depósito de cadáveres -bueno, bueno, cada uno se divierte
como quiere-.
Al poco tiempo, entró el forense y me entregó un recorte
de periódico con mi
foto y un pentagrama dibujado encima, así como la dirección
de Rocklin. Por
lo visto, la próxima víctima iba a ser yo.
El asesino había sido encontrado, pero yo estaba dispuesto a
llegar hasta el
final y acabar con la Secta.
Antes de hacer una visita a la casa de Rocklin, me fui al hospital y
le coloqué
el collar a Marie. El milagro se produjo: Marie abrió los ojos
y me reconoció.
Por fin el peligro había pasado. Mucho más aliviado, me
dispuse a seguir con
la investigación. Mientras montaba en el coche, la radio rompió
el tenso
silencio que reinaba entre Pat y yo, comunicando que una casa de la
calle
Peach se estaba incendiado. Mis sospechas se confirmaron cuando descubrí
que la casa era la de Rocklin. Registré lo que poco que quedaba
y encontré
una pequeña habitación con el suelo cubierto de sangre
alrededor de un
gigantesco pentagrama. Pero lo que más me impresionó fue
una foto que
encontré en el salón principal. En ella, aparecían
dos personas vestidas con
uniforme militar al lado de dos nombres y un solo apellido: ¡Jessie
y Michael
Bains!
¡Los hermanos Bains! El primero había sido uno de mis más
encarnizados
enemigos, hasta que acabé con el en un tiroteo hacía unos
años. El intento
de asesinato de mi mujer parecía algo más que una simple
casualidad... Cogí
unas muestras de sangre del pentagrama y nos fuimos rápidamente.
De nuevo Pat me pidió ir al Mall a hacer la acostumbrada llamada
del día.
Aprovechando que allí estaba la oficina del Ejército,
obtuve unos informes
sobre Michael Bains. Al parecer, Michael se había vuelto loco
cuando Jessie
murió a manos de la policía, así que tuvieron que
echarle del Ejército. Le
llevé los informes al psicólogo y me puso al tanto del
carácter esquizofrénico
de Michael Bains. Después de entregar las muestras de sangre,
nos dirigimos
a la dirección que se podía ver en la fotografía.
El lugar era un descampado
presidido por una casa medio derrumbada, pero fuertemente protegida
por
una puerta blindada y ventanas cubiertas con barrotes. Llamé
varias veces a
la puerta, aunque nadie salió a abrir. La única forma
de entrar era obteniendo
un permiso en el juzgado. No fue nada fácil convencer a la juez
Simpson; al
final accedió y me entregó la orden de registro. Volví
de nuevo a la casa, pero
no había manera de pasar, todas las entradas estaban fuertemente
protegidas.
Regresé al juzgado y le pedí una nueva orden a la juez
para utilizar métodos
más contundentes. Con todos los permisos en regla, regresé
a la calle Palm y
me encontré con el blindado preparado para forzar la puerta.
A una orden
mía, destrozó la entrada mientras yo entraba con la pistola
desenfundada.
Nada más cruzar el umbral, tuve que abatir a un posible sospechoso
que me
apuntaba con su arma.
Al ver mi destreza con la pistola, Michael salió del fondo de
la sala y se rindió.
Registré la habitación y encontré un mando a distancia
con un diseño muy
peculiar, que me permitió localizar un oscuro pasadizo detrás
de la chimenea.
Al fondo de las escaleras había un pequeño laboratorio
de coca, donde la
Secta fabricaba la droga. Justo cuando me disponía a salir, otro
matón
apareció por detrás e intentó dispararme, pero
fui más rápido y acabé con él.
En ese preciso instante, apareció Morales y se ofreció
a registrar el
laboratorio. Cuando se acercó al cadáver, cogió
su pistola y me apuntó, pero
un policía de Asuntos Internos entró en escena y consiguió
salvarme la vida.
La Secta estaba desarticulada y un policía corrupto había
sido
desenmascarado. Mi felicidad fue completa cuando, de vuelta al hospital,
Marie me dijo que estaba esperando un bebé. Habían sido
los seis días
más difíciles de mi vida, pero como dice el refrán,
bien está lo que bien
acaba, y en este caso las cosas no podían haber ido mejor.
HTML por LMG