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Mucho tiempo después del paso de la Segunda Sombra, cuando los dragones volaban por el luminoso firmamento y las estrellas eran brillantes y numerosas, llegó la Era de los Grandes Gremios. Herreros, pastores, clérigos y tejedores dedicaron sus esfuerzos a alcanzar el control absoluto del conocimiento secreto. A través de los siglos, los tejedores destacaron por conseguir que su trabajo trascendiera los límites de lo puramente físico. Pero ahora, un extraño poder ha barrido su gremio al olvido, y la única esperanza para ellos y el resto del universo conocido la constituye un joven llamado Bobbin Threadbare, en cuyos hombros recae el pesado destino que le convierte en paladín contra el lado oscuro del Mundo, allí donde el temible Caos es señor absoluto.
La isla de Loom
Al despuntar el
día de mi decimosexto cumpleaños, tuve la mayor alegría
de mi vida. Por fin se iban a terminar los años de soledad y marginación.
De una forma extraña, sólo conseguía recordar vagamente
escenas en las que veía a los de mi gremio sumidos en la desesperación
e imágenes de mi amada madre, la dulce Cygna, que arrancaban de
mi pecho un dolor profundo. Nunca fue una criatura tan ajena a lo que
el futuro le tenía preparado, a lo que los finos hilos entretejidos
en el Telar de la vida habían decidido que fuese mi mágico
destino. El mensaje de los Ancianos de mi pueblo me llegaba de una forma
tan especial que era una premonición del futuro que me aguardaba.
Sin dilación alguna, dirigí mis pasos hacia la aldea,
sintiendo cómo mi corazón se encantaba. Una vez en ella,
me adentré en la tienda del Gran Consejo, que estaba construída
de forma que aprovechaba una cavidad natural y, aunque exteriormente su
aspecto no parecía gran cosa, en su interior unas enormes galerías
tapizadas por trabajos de mi pueblo, daban acceso al lugar donde se guardaba
el mágico telar que contenía en su interior el destino de
todos y cada uno de nosotros. Junto a él pude distinguir la amada
figura del maestro Hetchel, a quien los Ancianos parecían recriminar
por algún motivo desconocido para mí. Tras unos minutos
en la sombra, sólo alcancé a ver unas luces extrañas
tras las que la sala quedó en silencio, y los ancianos desaparecieron
sin dejar rastro alguno. Me acerqué al mágico telar, ante
el cual distinguí un bastón que me pareció igual
al que Hetchel utilizaba en sus conjuros mágicos y lo que parecía
un huevo. Con algo de miedo, cogí el bastón y toqué
con él el huevo. Para mi asombro, en mis oídos sonaron cuatro
hermosas notas musicales. Sin saber muy bien por qué, un impulso
extraño me empujó a levantar el bastón mágico,
mientras en mi mente se volvían a repetir las cuatro notas recién
oídas.
Entonces, algo extraño sucedió. Sin que yo me moviese,
una especie de polvo de hadas envolvió al huevo, y éste
se abrió saliendo de su interior un extraño pato bastante
crecidito para ser un recién nacido. Pero no habían terminado
ahí las sorpresas. El pato habló con voz familiar para contarme
que era mi querido Hetchel sufriendo un encantamiento, y que mi destino
era algo mucho más impresionante de lo que jamás hubiera
podido imaginar. En mí estaban depositados los conocimientos y
la esperanza de mi pueblo y de todo nuestro universo conocido. Pero los
poderes mágicos eran algo que debía descubrir por mí
mismo, de igual forma que había ocurrido con el huevo. Aquel no
era sino el Conjuro de abrir objetos, que más adelante me sería
de gran utilidad. El anciano Hetchel no podía darme más
detalles, y se limitó a añadir que habría de encontrar
la forma de salir de la isla de Loom, una vez que tuviese el suficiente
poder para hacerlo. Además, me tranquilizó saber que aunque
él tenía que partir, procuraría estar a mi lado si
alguna vez lo necesitaba. Luego desapareció.
El libro de los conjuros
Salí de la tienda y recorrí el poblado. En una de las
tiendas recogí el libro de conjuros de Hetchel y aprendí
un impresionante truco para teñir de verde cualquier cosa. En otra,
intuí algún objeto, pero una extraña oscuridad no
me permitía ver nada. Desconcertado, me dirigí al bosque,
en donde se asentaba el cementerio y donde reposaban los restos de mi
amada madre. Ante la tumba de Cygna, descubrí unos extraños
gráficos grabados en su lápida y un epitafio desconcertante.
En él se hablaba del día en que el firmamento se abriese
y algo más que no llegaba a entender. De los búhos del bosque
aprendí algo que me fue útil en la tienda oscura, y luego
decidí dirigirme al acantilado de la montaña, donde todo
había comenzado. Parece que las cumbres tienen algún efecto
extraño sobre nuestra mente, pues al volver a ella comencé
a verlo todo más claro. Era fácil relacionar la inscripción
de la lápida de Cygna con el lugar donde ahora me encontraba. Más
por inspiración que por certeza, conseguí articular un nuevo
conjuro que produjo un extraordinario fenómeno tras el que obtuve
la embarcación que estaba necesitando para salir de la isla de
Loom. Comenzaba aquí la batalla para la que no me cabía
ya ninguna duda que había nacido.
La travesía fue bastante accidentada, pues en mi camino hallé
un enorme tornado, que amenazaba con segar mi vida con la misma rapidez
que lo haría la guadaña temible custodiada por el gremio
de los Vidrieros. Mis descubrimientos en la isla me habían enseñado
que lo más maravilloso de mi bastón mágico era que,
además de permitirme efectuar conjuros, podía conseguir,
con sólo tocar con él cualquier objeto o cosa, que en mi
cerebro se engranaran las notas mágicas del hechizo que podía
permitirme solucionar cada problema. Con el tornado me sucedió
algo extraordinario. Mi primer impulso mágico no sólo consiguió
anularlo, sino que pareció aumentar su intensidad haciendo que
girase con más fuerza. Probé, pues, con el conjuro contrario
y esta vez sí que di en la tecla. Despejado el camino, dirigí
mi modesta embarcación hacia la costa de Mainland, que ya se adivinaba
en lontananza. Llegado a la playa, noté perfectamente cómo
la experiencia adquirida hacía que mi poder fuese cada vez mayor.
Sin vacilar me adentré en el bosquecillo cercano, donde encontré
a unos asombrosos pastores del bosque de los que aprendí la técnica
de hacerse invisible. Sin embargo, no me permitían cruzar sus tierras,
por lo que no tuve más remedio que dirigir mis pasos hacia la ciudad
de los Vidrieros.
Siempre había oído hablar de este asombroso gremio con
admiración, pero nada podía hacerme imaginar una ciudad
tan fabulosa. Por laberintos de cristal y espejos, me interné en
ella, comprendiendo que unas gentes capaces de hacer aquella maravilla
tenían que aumentar mi sabiduría sin ninguna duda.
La ciudad de los Vidrieros
Descubrí
unos alucinantes teletransportadores que me permitieron alcanzar una habitación
en la que dos figuras, a las que sólo alcanzaba a oír, hablaban
sobre una bola de cristal mágica. Había oído que
el Gremio de Vidrieros fabricaba estos instrumentos prodigiosos en los
que se podía ver el futuro. Luego, las voces cesaron y comprendí
que las dos personas se habían marchado. Intenté llegar
a la habitación de la bola mágica, pero dos vidrieros que
afilaban en la torre una enorme guadaña me impidieron el paso.
Recordé entonces el truco de la invisibilidad aprendido de los
pastores, e intenté efectuar sobre ellos este conjuro, pero no
me daban tiempo a hacerlo. Después de un rato de dudas, decidí
salir al exterior a tomar un poco de aire y fue entonces cuando advertí
que la torre se veía desde donde me encontraba. Al momento, efectué
nuevamente el hechizo y esta vez si tuve el éxito esperado. La
invisibilidad me permitió cruzar la torre, aprender un nuevo conjuro
de afilar objetos y enterarme de parte de los planes de un tal Obispo
Mandible, que se perfilaba como mi más directo enemigo en la lucha
contra los poderes del mal que había emprendido.
Llegado a la habitación donde se guardaba la bola mágica,
descubrí en ella la forma de conseguir que los pastores me dejasen
entrar en su territorio, y contemplé el rostro maligno de alguien
que identifiqué como mi enemigo.
Dejando atrás la hermosa Crystalgard, volví a adentrarme
en el bosque, donde los pastores no pusieron ya la menor objeción
a mi paso. Ya en su territorio, unos hermosos prados me condujeron a unas
cabañas, en las que encontré a una joven con un pobre corderito
enfermo. La joven intentaba curarle con una vieja canción mágica,
y aunque yo sabía que mi poder era muy superior al de ella, también
era consciente de que todavía no lo era tanto como para curar al
pobre animal. Tomé nota de la canción, no obstante, porque
un nuevo presentimiento así me lo aconsejaba. Antes de partir,
la chica me contó que tenían un grave problema con un enorme
dragón que robaba sus ovejas mientras pastaban en los prados. Ellos
intentaban evitarlo cubriendo a las ovejas con ramas verdes que las confundieran
con la hierba, pero los animales no paraban de moverse de un lado a otro,
por lo que el camuflaje pronto se deshacía. Repasé mentalmente
mis habilidades y recordé maravillado que había una que
aún no había usado, aprendida casi desde el principio y
que podía ser la adecuada. Efectué el conjuro, y cuando
contemplaba satisfecho cómo ya el dragón no podría
robar más ovejas, sentí que unas garras poderosas me levantaban
por el aire. El dragón había llegado de caza, y yo había
sido la única presa que pudo distinguir.
La guarida del dragón
Surcamos los aires
durante un tiempo, que me pareció interminable, hasta llegar a
una enorme montaña con un volcán en su cima, por donde el
monstruo se introdujo. Me ví, así, en una guarida enorme,
en la que el dragón se tendió sobre un enorme montón
de oro, dejando la tarea de merendarme para más tarde. Recorrí
desesperado la gruta buscando una salida, descubriendo con horror que
no existía. Decidí entonces intentar asustar a la enorme
fiera, y probé a convertir todo el oro sobre el que estaba echado
en paja. El dragón ni se inmutó, pero yo sentí que
nacían nuevas fuerzas y habilidades dentro de mí, así
que seguí probando hechizos hasta dar con el adecuado. Con un aullido
de dolor, salió volando de su guarida, dejando al descubierto una
galería que estaba ocultando con su cuerpo, y que parecía
la única salida posible. Me adentré en ella y recorrí
oscuros pasadizos entre los que encontré un hermoso lago subterráneo,
donde me acerqué a reponer fuerzas. Por un impulso ya habitual,
toqué sus aguas con el bastón mágico y un nuevo hechizo
se dibujó en mi mente, mientras mi imagen se reflejaba en las cristalinas
aguas. Continué mi camino hasta conseguir salir al exterior. Una
estrecha senda serpenteaba alrededor de la montaña y, después
de bajarla, descubrí que existía un puente sobre un abismo
que se había derrumbado.
El gremio de los herreros
El camino estaba
cortado, y me puse a pensar que el pequeño trozo desprendido no
podía ser obstáculo para alguien como yo, que acababa de
vencer a un enorme dragón. Con paciencia, repasé mis conjuros,
y tengo que confesar que cuando di con el adecuado hasta yo mismo me quedé
boquiabierto con lo que mis ojos contemplaron. Seguí mi ruta y
llegué a un cementerio, donde un joven perteneciente al gremio
de los herreros dormitaba plácidamente. Desde allí, contemplé
la monstruosa ciudad de este nuevo gremio, con la forma de un enorme yunque.
A las puertas de esta gran urbe, comprobé que de nada servía
mi hechizo para abrir puertas, pues los guardianes no dejaban pasar absolutamente
a nadie que no fuese de la ciudad. Recordé que el joven dormido
tenía ropas usadas por el gremio, y que si me las ponía
quizá podría engañarles y pasar el control sin mayores
problemas. Luego, me di cuenta que de nada me serviría si una vez
dentro cualquiera podía reconocerme como intruso. Cuando ya comenzaba
a desesperarme, a mi memoria acudió una musiquilla aprendida en
cierto lago mientras mi imagen se reflejaba. La cosa funcionó tan
estupendamente que, incluso el maestro herrero, me confundió con
el joven aprendiz Rusty, y me aplicó el castigo que a éste
tenía reservado. Fui despojado de mi bastón mágico,
encerrado en un calabozo y tuve, además, que contemplar cómo
el viejo herrero lanzaba mi bastón al fuego,como si de un vulgar
trozo de madera se tratase. Mi desesperación acabó en sueño,
al final del cual algo extraordinario había sucedido. Mi bastón
había vuelto.
Salí del calabozo y me adentré en los sótanos
de la fortaleza. Allí me llevé la sorpresa de descubrir
nuevamente a Mandible, en animada conversación con uno de los Maestros
del Gremio de los Herreros. El malvado obispo tenía encargada la
elaboración de espadas para abastecer a un enorme ejército,
y su pedido estaba ya casi terminado. Decidí intervenir boicoteando
el trabajo, pero fui sorprendido y apresado por la guardia del Clérigo.
Me condujeron hacia el castillo de los Clérigos, donde fui encerrado
en una jaula como un animal, y estrechamente vigilado por el obispo y
su más fiel esbirro. Esperaron a que hiciese uso de uno de mis
hechizos, y fue el instante en que me fue arrebatado nuevamente en bastón
mágico. Era lo que el malvado había estado esperando. Sus
planes eran abrir una puerta entre este mundo y el más allá.
Un ejército de muertos pasaría a nuestro mundo y él
sería su jefe absoluto. Alimentados con el ganado de los pastores,
armados con las espadas forjadas por los herreros y guiados por la visión
del futuro extraída de la bola de cristal mágico, serían
algo invencible.
El desenlace final
Pero el villano
no había contado con algo inesperado. Cuando uno juega con fuego
puede acabar quemándose. La puerta astral abierta por Mandible
había sido cruzada en primer lugar por el temible Caos, para quien
el obispo no era sino un pobre y molesto mortal.
Un gesto de la infernal criatura, y los sueños del clérigo
se deshicieron como el humo. Había recuperado mi bastón
mágico, pero ahora mi enemigo era alguien mil veces más
poderoso que Mandible. No obstante, cada vez mi destino estaba más
claro. Recordar por un momento a mi amada madre Cygna me dio el coraje
suficiente para internarme por la grieta dimensional, y pasar al otro
lado del universo. Desde allí, pude comprobar las fisuras abiertas
por las huestes del mal y comprendí que mi primera labor era cerrarlas
todas. Ayudé en lo que pude a los pobres gremios asaltados sin
piedad, y llegué hasta el maravilloso lago, donde los espíritus
de mi pueblo, convertidos en cisnes, esperaban el desenlace de la cruenta
batalla.
La última puerta me condujo nuevamente a la isla de Loom, donde
todo empezó a cobrar sentido. El telar mágico era ahora
el centro del universo, y sólo su inmenso poder podía volver
a dividir en dos los mundos del más allá y de la realidad.
El anciano Hetchel volvía a ser imprescindible para la lucha contra
el horrible Caos. Su sacrificio me otorgó las últimas claves
para deshacer el gran telar, aislando al espíritu del mal en el
lado oscuro del universo. Ahora, mientras surco los cielos con mi pueblo,
agradezco a la inteligencia infinita creadora del mundo, el haberme concedido
la oportunidad de desempeñar una labor de tanta trascendencia.
HTML por LMG