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Mi primer encargo fue conseguir en la biblioteca el compendio de dragones y mazmorras, un libro que contenía instrucciones para elaborar un eficaz detector de madrigueras de dragones. Pero antes encontré una escoba en el ropero, regresé a mi habitación y con su ayuda desperté al equipaje que dormía sobre el armario, el cual desde entonces iba a convertirse en mi fiel compañero de aventuras. Encontré un monedero en el interior del armario y descubrí que la forma que se adivinaba en lo alto de la torre parecía ser el dragón que estábamos buscando.
El bibliotecario, un orangután que había perdido su antigua forma humana después de un desafortunado hechizo, me entregó el libro a cambio del plátano que encontré dentro del equipaje. Después de darle el libro, el archicanciller me explicó que para construir el detector necesitaba cinco objetos: un cayado, una espiral, una criatura de intestinos excitables, un recipiente de hierro y una muestra del aliento del dragón.
Conseguir el cayado no fue demasiado difícil, me bastó con dirigirme al comedor y cambiarle a Windel Poons, el anciano mago, su cayado por el mango de la escoba. Intenté sin éxito abrir la puerta de salida de la universidad y el aprendiz de mago que comía ciruelas junto a ella me explicó el nuevo hechizo necesario para abrirla. Recogí la rana que había aparecido sobre el estanque y me interné en las calles de la ciudad.
Encontré un saco de maíz en el establo y me dirigí a la plaza del pueblo. Entré dos veces en la consulta del psiquiatra y solamente cuando la silla del centro quedó libre pude recoger una red cazamariposas y hablar con la chica y el troll. Recogí un tomate podrido, se lo arrojé a la cara al recaudador de impuestos que estaba en la picota y al intentar coger un nuevo tomate descubrí que tenía en su interior un gusano que me apresuré a añadir a mi inventario. El chaval de la esquina me enseñó a robar y, practicando mi nueva habilidad con los vejetes, conseguí arrebatarle a uno de ellos unos pantalones de mujer.
Me dirigí al palacio del patricio que gobernaba la ciudad y hablando con los guardias que custodiaban la entrada conseguí que se pelearan entre ellos y me dejaran pasar. Dentro, hablé con todos los personajes que encontré, tanto el campesino, la bruja y el ladrón que hacían cola, como el patricio y su bufón -este último en compañía de un curioso bastón parlante llamado Chucky-, y encontré un espejo en el interior del baño.
Ahora era el momento de dirigirme a la calle, coger un burro de peluche y un ovillo de cordel en la juguetería y un cuadro con la imagen de un pulpo en la pescadería. El barbero estaba cortándole el pelo a una mujer, pero decidí examinar el rulo que la mujer llevaba en la cabeza y hablar luego con ella para convencerla de que debía buscar un peinado menos convencional. Ante la solicitud de la mujer, el barbero le quitó el rulo y se lo guardó en el bolsillo, y mientras el barbero se quedaba embobado pensando en su amada lechera yo pude arrebatarle el rulo utilizando mis recién aprendidas habilidades de ratero.
Decidí visitar la casa del alquimista en el callejón y tuve la ocurrencia de introducir el maíz dentro de uno de los frascos, momento en el que comenzaron a saltar las palomitas y el alquimista asustado se escondió debajo de la mesa. Aproveché su distracción para examinar la caja situada sobre la mesa y me dí cuenta de que era una especie de cámara fotográfica con un duende en su interior, pero al intentar atraparlo, el duende se escurrió entre mis manos y escapó por el fregadero. Salí del laboratorio y me fijé que en el extremo derecho del callejón, junto a la cañería que servía de desagüe al fregadero, había un agujero que parecía servir de madriguera a algún ratón, así que até el cordel al gusano, utilicé el gusano como cebo en el agujero y conseguí atrapar al duende.
Después de sacar el espejo del equipaje e introducirlo en uno de mis bolsillos, me coloqué sobre la losa explosiva del centro del callejón y conseguí alcanzar de ese modo los tejados. Me dirigí a la torre, coloqué el espejo en el extremo del asta de bandera y lo moví para reflejar sobre él los rayos del sol y dirigirlos hacia el dragón que dormitaba en una torre cercana. El dragón emprendió el vuelo atraído por los destellos y al ver su cara reflejada en el espejo lanzó sobre él una de sus llamaradas dejándolo cubierto de su aliento. De regreso al callejón, hice caer la escalerilla situada entre dos tejados para que cayera al suelo y mi equipaje la recogiera.
Decidí visitar la taberna, pedí un vaso de vino retroactivo al camarero y recogí tanto el vaso vacío como una caja de cerillas. Uno de los clientes del bar, un tipo de aspecto aterrorizado, me explicó una extraña historia sobre un fantasma que se introducía en su casa por la noche y le robaba su pase de entrada a la ciudad.
Regresé a la universidad y encontré en la parte trasera del edificio un saco de fertilizante. En ese mismo lugar introduje la red cazamariposas en uno de mis bolsillos, coloqué la escalerilla para poder alcanzar la ventana y subí por ella hasta descubrir que dicha ventana daba a la cocina de la universidad. Con ayuda de la red conseguí atrapar una de las tortitas del cocinero, y el pobre hombre decidió abandonar el lugar para quejarse por lo que consideraba una nueva broma de algún mago.
Ahora era el momento de entrar de nuevo en el edificio, entrar en la cocina vacía y coger la sartén que el cocinero había abandonado sobre el fuego. También encendí, con ayuda de las cerillas, la forma que había en el ropero -que resultó ser una lámpara- y ahora que había luz en la habitación pude recoger un saco de almidón.
Ya tenía en mi poder todos los objetos necesarios, así que regresé a la habitación del archicanciller y le entregué el cayado, el rulo, el duende, la sartén y el espejo con el aliento del dragón. El archicanciller construyó con ellos un detector de dragones y aproveché un descuido suyo para llevármelo y seguir su rastro hasta localizar la guarida del dragón, un granero abandonado en la parte suroeste de la ciudad.
Estaba recogiendo un fabuloso tesoro cuando el dragón me explicó que no estaba en Ankh-Morpok por su propia voluntad, ya que una hermandad secreta le había invocado y le estaba obligando a matar y destruir. Para romper el hechizo que le había arrancado de su propio mundo necesitaba seis objetos de oro, uno por cada miembro de la hermandad, y la única pista para llegar hasta dicha hermandad era el ladrón que había robado de la biblioteca un manual de invocación de dragones.
EN BUSCA DE LA HERMANDAD
Después de recoger el destornillador que colgaba de una de las
paredes del granero, regresé a la biblioteca de la universidad
y me fijé en un extraño personaje que llevaba un plátano
de oro en la oreja. Conversando con él, conseguí que me
hablara de algo llamado "Espacio L" y, después de preguntarle sobre
el plátano, accedió a dármelo a cambio de todos los
tesoros que había encontrado en la guarida del dragón. El
bibliotecario me explicó en su extraño lenguaje que el Espacio
L era un sistema de comunicación entre bibliotecas y accedió
a abrir la puerta mágica que conducía a él después
de entregarle el plátano de oro.
La puerta me
condujo a una nueva biblioteca idéntica a la de la universidad,
pero la presencia del bibliotecario dormido y la oscuridad que reinaba
en el lugar me llevó a pensar que me encontraba en el mismo lugar,
pero que había retrocedido en el tiempo hasta la noche anterior.
La confirmación a mis sospechas la tuve cuando, después
de esconderme detrás de unas estanterías, el ladrón
que había conocido en el palacio del patricio entraba a través
de una puerta camuflada, robaba el manual de invocación de dragones
y desaparecía por el mismo lugar. Un libro falso que servía
como resorte me permitió abrir la puerta camuflada y salir a las
calles de Ankh-Morpork.
Lo primero que hice fue dirigirme a la guarida de la hermandad y torcer
la cañería situada junto a la puerta. Luego me dirigí
al parque y me encontré con mi propia proyección en el tiempo
durmiendo la borrachera del vino retroactivo que había bebido en
la taberna. Se me ocurrió que metiendo la rana en la boca del durmiente
conseguiría detener sus ruidosos ronquidos, y a continuación
atrapé la mariposa que volaba sobre el banco con ayuda de la red.
Aunque todos los locales comerciales de la ciudad cerraban durante
la noche, encontré al troll que había conocido en la consulta
del psiquiatra en su negocio de alfarería. Recogí un cacharro
de barro colocado sobre la ventana y solté la mariposa junto a
la lámpara encendida de la esquina. Como consecuencia, en esa misma
esquina, pero en el presente, se formó una inesperada tormenta
que descargó una fuerte cantidad de agua sobre el monje. También
abrí la puerta del lavabo y leí una pintada que recomendaba
pedir a una tal "Sally la gorda" un especial en la "Casa del afecto negociable".
Entré en la posada y encontré durmiendo en su cama al
tipo asustado que había conocido en la taberna, pero al intentar
acercarme a él lo único que conseguí fue despertarle
y me resultó imposible realizar ningún movimiento.
Decidí por tanto volver al presente a través del Espacio
L, y una vez allí encontré en la cocina de la universidad
un saco de harina de maíz y en la posada recogí tanto la
sábana de la cama como un frasco de gel de burbujas en el baño.
Me dirigí a la calle, recogí un muñeco de Santa Claus
en la juguetería y, una vez en el callejón del lavabo, descubrí
que el monje había colgado sobre la cuerda de tender ropa su túnica
empapada.
Volví al pasado, fui de nuevo testigo del robo del libro, pero
esta vez me dirigí rápidamente a la guarida de la hermandad,
me escondí detrás de la valla y esperé la llegada
del ladrón. El ladrón se vistió una túnica
oscura, llamó a la puerta y se puso a hablar con un guardián,
pero en ese momento coloqué el vaso sobre la cañería
para poder escuchar su conversación y descubrir de ese modo la
contraseña secreta. Una vez que el ladrón hubo entrado en
el edificio, me puse la túnica del monje, llamé a la puerta
y conseguí entrar con ayuda de la contraseña que acababa
de conocer. De ese modo me convertí en inesperado testigo de la
ceremonia en la que los seis conjurados, dirigidos por una persona, que
reconocí al instante como el bufón del patricio, invocaban
al dragón y lo obligaban a abandonar su lugar de origen para acudir
a MundoDisco.
LOS SEIS OBJETOS DE ORO
Me dirigí a la posada, me puse la sábana para adquirir
la apariencia de un fantasma y el hombre aterrorizado se escondió
debajo de las sábanas de su cama, permitiéndome de ese modo
moverme libremente por la habitación. Recogí el joyero y
realicé una serie de pasos automáticos que me permitieron
abrir la caja fuerte camuflada en la pared, pero desgraciadamente no supe
qué hacer con el martillo que encontré en su interior.
Decidí por tanto volver al presente, regresar a la taberna y
volver a hablar con el tipo asustado para que repitiera su relato y me
revelara que el fantasma que había visto la noche anterior utilizó
el martillo para romper el joyero y encontrar en su interior el pase de
entrada a la ciudad.
Volví
a la plaza y al entrar en la consulta del psiquiatra descubrí que
la primera silla estaba libre, así que me senté en ella
y esperé mi turno para subir a la consulta del doctor. El médico
me pareció bastante más loco que sus propios pacientes y
lo único que conseguí durante la visita fueron dos trozos
de papel con manchas de tinta que el doctor utilizaba para realizar tests
de asociación con los enfermos. Volví a entrar en la consulta,
me senté, esta vez en la silla del centro, y hablando con la chica
-que no era otra que la lechera de la que estaba enamorado el barbero-
conseguí que me diera un papel con una cita.
En la misma plaza, le compré una rosquilla al vendedor y se
la entregué al pocero que trabajaba en la máquina de eliminación
de residuos, pero el pocero se rompió un diente al intentar comerse
la rosquilla y salió corriendo hacia el local del barbero. Decidí,
por tanto, volver a la barbería, conseguí que el barbero
abandonara el local cuando le entregué la nota de la lechera y
utilicé los aparatos de dentista para arrancarle al pocero un diente
de oro, el primero de los seis objetos de oro que necesitaba.
Los guardias que protegían la puerta del palacio no querían
dejarme entrar, pero les mostré las manchas de tinta del psiquiatra
y conseguí que volvieran a pelearse. Me sorprendió no encontrar
al ladrón en la cola de las personas que deseaban hablar con el
patricio, así que hablé con el campesino y descubrí
que el ladrón se había marchado hacía algún
tiempo a la zona sombría, los barrios bajos de la ciudad.
Volví al pasado a través del Espacio L, conseguí
por fin robarle el pase de entrada al tipo de la posada repitiendo los
mismos pasos que en mi anterior visita y me dirigí a la taberna.
Distraje la atención del hombrecillo sentado a la derecha de la
barra examinando el cuadro colgado de la pared, volqué el vaso
que estaba bebiendo y provoqué de esa manera una violenta pelea
entre el hombrecillo y los ejeños que estaban sentados a su lado.
El troll que vigilaba la puerta de la taberna abandonó su puesto
para detener la pelea y utilicé la escalerilla para alcanzar el
rótulo de la entrada y robar el palillo del tambor. Y en la zona
sombría, llegué hasta el burdel y hablé sin éxito
con las tres "damas de afecto negociable".
De regreso al presente, me dirigí al comedor de la universidad
y allí utilicé el palillo para tocar el gong. El aprendiz
de mago que estaba sentado junto a la puerta de la universidad abandonó
su puesto creyendo que era la hora de la comida y dejó olvidada
su bolsa de ciruelas.
Entregué el pase de entrada a los guardias que custodiaban las
puertas de Ankh-Morpork y conseguí permiso para visitar los alrededores
de la ciudad, si bien antes encontré en el interior de una caja
un barril de pólvora y unos cuantos fuegos artificiales. Recogí
un huevo y una pluma abandonados por un basilisco que tuvo la mala fortuna
de ser arrollado por mi equipaje y me dirigí al borde del mundo,
el lugar donde terminaba el disco y las aguas se derramaban sobre el caparazón
de la tortuga Gran A'Tuin. Allí, encontré una lámpara
de aceite, agité el tronco del cocotero para hacer caer un coco,
lo recogí con ayuda de la red cazamariposas e hice un agujero sobre
él mediante el destornillador para acceder a la leche que había
en su interior.
Antes de regresar a la ciudad, me interné en el bosque sombrío
y llené el cacharro de barro con las natillas que hervían
en el caldero de la casa de la bruja. Y en el otro bosque, encontré
al barbero esperando en vano a su amada lechera junto al pozo de los deseos,
giré la manivela del pozo hasta hacer subir a la superficie un
cubo lleno de agua y luego me apoderé de la manivela con ayuda
del destornillador.
POR UN PLATO DE NATILLAS
Regresé a la pescadería, até el pulpo con el cordel,
lo introduje en la lata del lavabo y a continuación volqué
sobre él las natillas. Coloqué una ciruela entre el
caviar y cuando el pescadero se la comió sin darse cuenta le provocó
una fuerte diarrea que le obligó a visitar rápidamente el
lavabo. Pero el pulpo, bajo el efecto de las natillas mágicas de
la bruja, se enamoró perdidamente del trasero del pescadero y lo
envolvió con su peligroso abrazo. Cuando todo hubo terminado, nada
me impidió robarle al pescadero la hebilla de oro de su cinturón.
Volví
al callejón, introduje en mi inventario el muñeco de Santa
Claus, me coloqué sobre la losa explosiva para regresar a los tejados
e introduje el muñeco en la chimenea del alquimista provocando
un fuerte atasco que acabó por apagar el fuego que ardía
en la habitación. Entré en la casa del alquimista y, aprovechando
que el humo le había hecho huir, coloqué el barril de pólvora
en la chimenea apagada y utilicé como mecha el cordel. Salí
de la habitación, encendí con las cerillas el extremo de
la mecha que colgaba de la cañería y la explosión
del barril hizo que el desdichado deshollinador saliera volando por los
aires y me permitiera robarle su cepillo.
Hablé con el chico de la plaza y le pedí que me enseñara
una especie de saludo ritual que le había visto hacer con varias
personas, pero el chaval me explicó que ese saludo estaba destinado
solamente a iniciados y que antes tenía que demostrarle que era
un verdadero hombre.
Así que volví al pasado, me dirigí al burdel y
hablé de nuevo con las prostitutas. Sally la gorda, que resultó
ser la del vestido rojo, se ofreció a hacerme su "especial" si
conseguía traerle los ingredientes necesarios. Le entregué
el huevo del basilisco, la harina de maíz y la leche del coco y
de esa manera descubrí que su famoso "especial" eran unas riquísimas
natillas. Mientras Sally se daba una baño abandoné el burdel
llevándome sus grandes pantalones.
De regreso al presente, los pantalones de Sally eran la prueba que
necesitaba para demostrarle al chaval de la plaza que era digno de aprender
el saludo ritual, llamado por los iniciados "apretón de manos".
Después de aprenderlo, decidí practicarlo con los vejetes
de la plaza y conseguí robarle a uno de ellos un sujetador. Y con
el sujetador y la escalerilla fabriqué una excelente escalerilla
amortiguada.
Me interné en la zona sombría y utilicé el "apretón
de manos" para robarle al albañil su paleta de oro. Con ayuda de
la escalerilla amortiguada pude entrar sin hacer ruido en la choza del
ladrón y le hice cosquillas con la pluma de basilisco para que
cambiara de postura en la cama y me permitiera quitarle la llave de oro
que colgaba de su cinturón.
Llené el cacharro de barro con agua del cubo del pozo de los
deseos y eché sobre él un poco del jabón que había
en la bañera de la posada. A continuación, encontré
un cubo de basura en la parte trasera de la universidad, regresé
al palacio y volqué el cubo de basura sobre la cabeza del bufón.
Mientras el pobre bufón se bañaba para quitarse toda la
porquería de encima, derramé el contenido del frasco de
baño de espuma en la bañera para impedir que Chucky me molestara,
y conseguí de ese modo robar el sombrero del bufón.
Ya tenía los seis objetos de oro pertenecientes a los miembros
de la hermandad y me dirigí al granero para entregárselos
al dragón, pero una vez roto el hechizo, el dragón anunció
que iba a vengarse de las personas que le habían invocado y que
cuando hubiera acabado con los miembros de la hermandad volvería
por mí para destruirme como a ellos.
Tenía que hacer algo, y encontré la respuesta en la plaza
de la ciudad, ya que Tata Ogg, la bruja, había conseguido por fin
su permiso de ventas y había montado un pequeño tenderete.
Hablé con ella para aceptar la alfombra que me ofrecía y
aproveché unos segundos de distracción en los que cerraba
los ojos intentando besarme para quitarle su recetario de natillas.
Regresé por última vez a la biblioteca del pasado, recogí
el manual de invocación de dragones, intercambié su cubierta
con la del recetario de natillas y coloqué el libro falso en su
lugar. El ladrón apareció como otras veces para robar el
libro y lo cogió creyendo que era el verdadero manual de invocación,
pero cuando la hermandad se reunió para iniciar el ritual lo único
que consiguieron fue inundar su guarida de ricas natillas.
CÓMO LLEGAR A SER
UN HÉROE
El dragón seguía en la ciudad y el patricio me ordenó
que me deshiciera de él antes de que causara daños mayores.
Pero la única persona capaz de destruir al dragón era un
verdadero héroe, y conversando con los diversos personajes de la
ciudad fui averiguando que un héroe no podía ser considerado
como tal si no tenía una espada, un talismán, un camuflaje,
una marca de nacimiento, un bigote, un hechizo, un monedero y una máscara
negra.
Encontré un cuchillo en el interior de una bolsa de herramientas
situada en la choza del ladrón y unas tijeras y una agenda de citas
en la barbería. Luego me dirigí a la plaza, acepté
la bolsa de sanguijuelas que me ofreció el vendedor, cogí
uno de los huevos que había en el puesto y la pequeña serpiente
que surgió de su interior y entré un par de veces en la
consulta del psiquiatra. Allí, las cosas habían cambiado
mucho y conseguí que la lechera, convertida en una atractiva estrella
de cine, me firmara un autógrafo en la agenda de citas. Y con ayuda
del fertilizante y el almidón conseguí que la pobre serpiente
se convirtiera en una especie de vara larga y rígida.
Regresé a la taberna, pedí un vaso de zumo de cactus
y recogí el gusano que había en su interior. También
me dirigí a casa del alquimista y, después de convencerle
para que comprara un saco de maíz en el establo para fabricar palomitas
a escala industrial, me dejó solo en la habitación y pude
apoderarme de la cámara.
Las sanguijuelas, o la bolsa de papel, me ayudaron a provocar una nueva
pelea entre los guardianes del palacio y, una vez dentro, encontré
un cepillo en la bañera y me dirigí a las mazmorras. Tal
como había hecho al principio de la aventura, até el cordel
al gusano y lo utilicé como cebo para atrapar una pequeña
criatura que se había escondido en un agujero junto a las celdas,
una criatura que, aunque en principio parecía ser una rata, resultó
ser un duende disfrazado que me apresuré a introducir en el interior
de la cámara. Cogí uno de los huesos del esqueleto y utilicé
la manivela para estirar el potro de tortura en el que estaba atado Chucky
hasta conseguir la espada que se ocultaba dentro de él.
Después de cubrir el hueso con el pegamento que encontré
en la juguetería, me dirigí a la posada, donde encontré
dos hombres sentados junto a una mesa uno de los cuales tenía un
perro atado con una correa. Engañé al perro con el hueso
con pegamento, consiguiendo que se le quedara la boca pegada, me fijé
en que uno de los hombres era un marinero con un curioso tatuaje sobre
el brazo e intenté hablar con él, pero el marinero dijo
estar demasiado deprimido para hablar con nadie, ya que había perdido
a su querido loro Polly. De nada sirvió que pidiera un vaso de
leche al tabernero y se lo ofreciera, lo único que conseguí
del marinero es que me entregara un silbato rogándome que intentara
encontrar a su fiel amigo.
Encontré una espátula en la cocina de la universidad,
descubrí el sombrero del archicanciller sobre el escritorio de
su habitación, lo activé para poner en marcha sus propiedades
mágicas, recuperé el mango de escoba que tenía Windel
Poons cambiándolo por la serpiente y uní dicho mango a la
red cazamariposas. También llamé a la puerta de la guarida
de la hermandad y me entregaron amablemente una tarta de natillas.
Ahora que el alquimista se había llevado el saco de maíz,
quedaba al descubierto la matrícula del carro, y conseguí
limpiar el barro que la cubría con ayuda del cepillo mojado en
el cacharro lleno de agua jabonosa. Examinando la matrícula no
sólo tomé nota del número de la misma, sino que también
me fijé en una pegatina que anunciaba el refugio para dragones
de una tal Lady Ramkin. A continuación, regresé a los tejados,
corté con ayuda del cuchillo el nudo que aseguraba una nueva escalera
y conseguí de ese modo que el asesino que se entrenaba en los tejados
volviera a sufrir una monumental caída, pero en esa ocasión
no dejé su petición sin respuesta y le dije cuál
era la matrícula del carro.
EN BUSCA DEL TEMPLO PERDIDO
Encontré a Polly en el borde del mundo después de atraerlo
con el silbato, conseguí hacerle caer con ayuda de un petardo -extraído
del montón de fuegos artificiales y encendido con las cerillas-
y lo atrapé con ayuda de la red cazamariposas extralarga. Pero
el silbato del marinero cayó al agua y desapareció por el
borde del mundo, así que coloqué el sombrero del archicanciller
en el soporte y utilicé la escalera de pañuelos que surgió
del sombrero para bajar hasta el lomo de Gran A'Tuin y recuperar el silbato
perdido. Entregué al marinero el loro y el silbato, y ante mis
preguntas me reveló que el que le había hecho el tatuaje
que llevaba en el brazo era el barbero de la ciudad. Conseguí que
el barbero regresara del pozo de los deseos a su establecimiento entregándole
la agenda de citas firmada por la lechera, y una vez allí me explicó
que sus tatuajes eran bastante dolorosos, pero que su hijo, el chaval
de la esquina de la plaza, vendía unos chicles con pegatinas que
podrían servirme como tatuajes.
Encontré en el mapa de la ciudad la localización del
refugio de dragones de Lady Ramkin, llamé a la puerta y me abrió
una mujer que me pidió que me reuniera con ella en la parte trasera
de la casa. Encontré una correa y un clavo en el exterior de una
enorme jaula habitada por pequeños dragones, pero la mujer, que
resultó ser la que había conocido antes en la barbería,
no me permitía coger la roseta colocada sobre la jaula, ya que
era un premio otorgado por sus dragones del que no quería desprenderse.
Así que volví a llamar a la puerta y cuando Lady Ramkin
salió para abrir, me dirigí rápidamente a la parte
trasera de la casa sin hablar ni una palabra con ella y conseguí
de ese modo hacerme tanto con la roseta como con un pequeño dragón
de pantano llamado Mambo XVI y conocido familiarmente como M16.
Me dirigí a la zona sombría, exactamente a la pared en
la que había estado trabajando el albañil, y conseguí
arrancar el hollín que cubría dicha pared con ayuda de la
espátula. Corté la banda elástica de la máquina
depuradora de residuos utilizando el cuchillo y me dirigí a casa
de Tata Ogg.
Allí me fijé en la presencia de una poción de
la verdad entre un montón de frascos, y la bruja explicó
que solamente me la daría a cambio de un beso, así que haciendo
un supremo esfuerzo me comí la tarta de natillas en el momento
en que ella intentaba besarme y no pude evitar enamorarme perdidamente
de la bruja y besarla apasionadamente. Tata Ogg quedó en una especie
de trance después de tan pasional experiencia y me permitió
llevarme la poción de la verdad. Y siguiendo el rastro de la lana
que estaba tejiendo, descubrí la presencia de una pequeña
compuerta que conducía a un redil en el que una simpática
oveja pastaba tranquilamente. Encontré un mazo entre un montón
de leña, coloqué sobre la oveja la roseta de Lady Ramkin
y utilicé la cámara para hacerle una foto. Antes de salir
de la casa hice que M16 cargara parte de sus reservas explosivas con el
fuego que ardía bajo el caldero.
Regresé a la taberna, coloqué el marco del dibujo del
pulpo sobre la foto de la oveja y colgué la foto enmarcada de la
viga con ayuda del clavo y el mazo. A continuación, hablé
con el fanfarrón que estaba sentado en la mesa del fondo y pedí
un par de jarras de cerveza al camarero, pero antes de entregar una de
ellas al fanfarrón decidí echar en su interior unas gotas
de la poción de la verdad de Tata Ogg. El fanfarrón pareció
darse cuenta del engaño e intentó cambiar las jarras distrayéndome
con los cuadros que decoraban el local, pero, afortunadamente, ahora había
un cuadro más y el hombre acabó bebiendo la jarra que contenía
la poción mágica y revelando el lugar donde se encontraba
el templo de Offler.
ÚLTIMOS PASOS
En la plaza del pueblo encontré al pobre burro atado en la picota
como un criminal, y esta vez pude cortarle un trozo de cola con ayuda
de las tijeras y fabricarme con ella un bigote. Pregunté a los
guardias acerca de la espada que tenía en mi poder y me explicaron
que los enanos que trabajaban en la mina podrían ayudarme a arreglarla.
Salí de Ankh-Morpork, me dirigí al lugar de las montañas
donde se encontraba la entrada del templo de Offler y conseguí
librarme del monje que custodiaba la puerta con ayuda de la alfombra.
Dentro, encontré una venda para los ojos en un colgador y una gran
cantidad de trampas mortales que impedían el acceso a un altar.
Encontré dos enanos trabajando en la mina, y uno de ellos, el
herrero, me dijo que arreglaría la espada a cambio de un vaso de
vino de bayas. Una vez en la taberna, el camarero me explicó que
no le quedaba vino y que tendría que ir a buscarlo a la bodega,
pero la bodega estaba llena de ratas y le daba demasiado miedo entrar.
Así que me dirigí a la posada, encontré una extraña
criatura detrás de la puerta de la habitación, saqué
las bisagras de la puerta con ayuda del destornillador y le convencí
para que acabara con las ratas de la taberna. De regreso al "Tambor roto"
encontré el camino a la bodega libre y llené la jarra con
vino de bayas de uno de los barriles. Guardé la jarra de vino en
mi propio inventario para evitar que mi equipaje se la bebiera, volví
a la mina y, a cambio de la jarra de vino, el enano se ofreció
a arreglar la espada.
Alimenté
de nuevo a M16 con los carbones que ardían en el horno de la mina,
repetí el proceso con el fuego de las mazmorras del palacio y,
finalmente, le dí de comer un petardo. Con el estómago de
M16 cargado a la máxima potencia, y con parte de los requisitos
necesarios para convertirme en un héroe, me dirigí a la
plaza de la ciudad y allí se desarrolló un terrible combate
entre M16 y el gigantesco dragón. Pero entre el fragor de la batalla
decidí lanzar al dragón la tarta de natillas y, ante el
asombro de todos los presentes, el dragón resultó ser una
hembra en celo que se enamoró perdidamente del pequeño M16.
Los enamorados levantaron el vuelo y abandonaron el lugar, devolviendo
la paz a Mundodisco.